MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC
Hace falta un rostro pétreo para, siendo diputado, sumarse
a una huelga que protesta contra su propia obra de poder.
NUESTRA Administración, tan frondosa como pintoresca,
nos obliga en ocasiones, para cobrar una pensión o para renovar un abono en la
declinante Plaza de Toros de Madrid, a demostrar que no hemos muerto.
Es la Fe
de Vida el documento adecuado para ello y, todos los días, varios miles de
ciudadanos tienen que tramitarlo, entre burlones y ofendidos, para poder decir
el clásico «aquí estoy yo» con la evidencia documental que requieren las
oficinas públicas.
Los sindicatos, también para demostrar su existencia, se ven
impulsados, de vez en cuando, a convocar una huelga general que acredite su
musculatura. La convocada para ayer no merece el debate sobre su nivel de
seguimiento.
Funcionó donde los piquetes «informativos» se expresaron,
cachiporra en mano, prendiéndole fuego a neumáticos viejos y, como en las
películas de sioux, haciendo señales de humo.
Con eso, y con una pertinaz
presencia de sindicalistas notables en los medios audiovisuales, UGT, CC.OO. y
la renqueante USO dejaron sentado que sus organizaciones tienen fuerza. Es más
la inercia de la Historia que la fuerza del presente, pero resulta
incuestionable su capacidad de convocatoria. Les costaría más acreditar su
valor representativo.
Entre quienes siguieron la huelga producen especial
inquietud los diputados del Congreso que se sumaron a ella, socialistas del PSC
en buen número.
No contentos con haber sido promotores del problema protestan
contra los efectos del zapaterismo nacional y del tripartito autonómico. Me
dicen mis amigos psiquiatras, una de las pocas especialidades médicas de las
que no soy paciente -todavía-, que la esquizofrenia tiene cura; pero hace falta
un rostro pétreo, aún en caso de ataques agudos, para siendo diputado -¿eso es
un trabajo?- sumarse a una huelga que protesta contra su propia obra de poder.
Lo vio claro y lo expresó con brillantez Rosa Díez, la lideresa de UPyD, cuando
además de valorar «el fracaso de la política» que constituye una convocatoria
como la de ayer, afeó la conducta de sus compañeros en la Cámara por
«aprovechar los escaños en que reside la soberanía nacional para convocar una
huelga».
Sólo las manifestaciones callejeras que cerraron la
absurda jornada de ayer tuvieron valor de testimonio. Y ahora, ¿qué? Una huelga
general convertida en flor de un día es una burla a la idea y a la ciudadanía.
Julián Besteiro, catedrático de Lógica y cabeza luminosa, fue a la cárcel por
ser uno de los organizadores de la huelga de agosto de 1917. No hubiera entendido
muy bien la «épica» del 14-N, la segunda huelga general del año contra un
Gobierno que no lo ha cumplido todavía. Claro que UGT contaba entonces con más
meninges y menos empleos que hoy. Entonces la huelga sirvió de cimiento para
«el trienio bolchevique» y ahora, insisto, ¿qué?
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