jueves, 15 de noviembre de 2012

Perversión de conceptos



ISABEL SAN SEBASTIÁN
La foto que retrata lo que pasó ayer en España es la de una perversión que debería avergonzarles.
ESTOS sindicatos, cuyos líderes cobran quince pagas, despiden a sus empleados con veinte días y se suben el sueldo mientras denuncian «recortes», han pervertido algunos conceptos esenciales en la definición del Estado democrático moderno. Han perpetrado esta perversión con la complicidad de los partidos de la izquierda, que se comportan de igual modo al traicionar el espíritu de la democracia parlamentaria llevando la huelga al Congreso de los Diputados o a la Cámara andaluza; es decir, sumándose al paro y abdicando así del deber de representar a sus votantes, que asumieron como algo irrenunciable al presentarse a las elecciones en unas listas cerradas. Y lo han hecho con total impunidad, porque se saben blindados en sus prebendas por ese sistema cuyos pilares golpean una y otra vez, mientras se desgañitan jurando que lo que quieren es salvarlo.

El primer concepto que han pervertido estos «hermanos de lucha» es el de la huelga misma; una forma de protesta que surgió como herramienta puesta a disposición de los trabajadores en caso de confrontación con los empresarios, y que ha derivado en arma política empleada indiscriminadamente para deslegitimar la acción del Gobierno por unos supuestos «interlocutores sociales» cuya representación apenas llega al quince por ciento del conjunto de la clase trabajadora y que viven de la subvención pública, no de las cuotas de sus afiliados como sería de justicia. Unos presuntos «interlocutores sociales» que pretenden conquistar a base de presión de la calle lo que sus partidos afines, PSOE e IU, han perdido por goleada en las urnas. Unos «interlocutores sociales» que prefieren la línea de actuación de sus homólogos griegos o chipriotas, cuya radicalidad sólo ha servido para empujar a sus respectivos países hacia el abismo, que la de los franceses o alemanes, mucho más responsables y eficaces.

El segundo concepto víctima de esta perversión del lenguaje es el del Estado del Bienestar; ése que dicen defender los mismos que agravan la crisis recurriendo como algo natural a estos gestos extremos, como una huelga general, extraordinariamente costosa para el conjunto de los ciudadanos. Ellos saben, o deberían saber, que todas las medidas de protección social recogidas en ese modelo dependen de la salud de las finanzas públicas, la cual a su vez está directamente ligada al número de personas activas que paguen impuestos y coticen. Saben, o deberían saber, que ese «bienestar» no puede comprarse a crédito indefinidamente, como se hizo durante los últimos años del Ejecutivo de Zapatero, porque llega un momento en el que quienes tienen que prestarnos el dinero se niegan a hacerlo o cobran por él intereses tan altos que resulta imposible asumirlos. Saben, en consecuencia, o deberían saber, que nada en esta vida es irreversible, salvo la muerte, y menos que nada las mejoras en los servicios alcanzadas a base de enorme esfuerzo y sacrificio por las generaciones que nos precedieron. De donde no hay no se puede sacar, lo que obliga a racionalizar prestaciones y ceñirlas a lo que es indispensable para proteger a los colectivos más vulnerables. Eso es «Estado del Bienestar» en este momento. Decir otra cosa es engañar a la gente, sembrar frustración entre una población muy castigada ya por los efectos de esta crisis devastadora y alimentar expectativas imposibles de satisfacer.

Es tiempo de hablar de esfuerzo; de obligaciones más que de derechos; de responsabilidad antes que de desahogos. Tiempo de dar ejemplo y arrimar el hombro. La foto que retrata lo que pasó ayer en España es la de una perversión que debería avergonzarles.

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