Por Javier Tusell, historiador (EL PAIS, 19/01/04);
Existe toda una tradición en la
cultura española que, por describirla en términos eruditos, corresponde a las
“laudes Hispaniae”, es decir, a la exaltación de nuestras supuestas o reales
maravillas. Hoy esta forma de ver el pasado más remoto y también el presente
parece haberse instalado confortablemente en algunos de quienes escriben acerca
de ambos.
(…)
Este mito consiste en afirmar que durante la transición “la gran
perdedora fue la memoria”.
De acuerdo con esta interpretación,
no se habría olvidado tanto la barbarie o la represión dictatorial, como se
suele pensar en la izquierda, como la propia idea de España. Desde 1975 habría
tenido lugar, al mismo tiempo, una sistemática “vindicación de lo primitivo” o
un llamamiento a “las voces ancestrales de la tierra”, en definitiva, de la
peculiaridad de las identidades en la España plural.
García de Gortázar, a quien
pertenecen estos entrecomillados, juzga que España se ha sentido, incluso en la
visión que de ella se ha ofrecido afuera por parte de nuestros intelectuales, a
sí misma como una “nación avergonzada” de su propio pasado y “absurda y
metafísicamente imposible”. Además, en lugar de que la memoria sirviera para
conectar con tradiciones liberales, se ha utilizado para “satisfacer
aspiraciones parecidas a las que tenían los carlistas hace siglo y medio”.
Creo que ese diagnóstico es
incorrecto. La memoria ha jugado un papel positivo porque no sólo no se ha
olvidado el pasado inmediato -aunque sin mucha colaboración de los sucesivos
gobiernos-, sino porque también se ha reconstruido la conciencia de identidad
plural de España.
Y eso ha servido para hacer posible
uno de los mayores aciertos de la transición: convertir un Estado muy
centralizado en otro muy descentralizado. Por supuesto, han existido exageraciones
e invenciones de la realidad; de cualquier modo, si ha padecido la idea de
España se debe mucho más a la espuria sobreutilización por parte de un régimen
dictatorial que a la embestida de los nacionalismos. El Estado de las
autonomías en su presente aceptado por todos en absoluto responde a las
ancestrales ansias de los carlistas.
Lo que me parece más discutible,
por fabulación alejada de la realidad histórica, es la consideración crítica
que hace García de Gortázar de los nacionalismos, equivalente a una especie de
enmienda a la totalidad.
Tomemos, por ejemplo, su
interpretación del catalanismo.
Resultaría que, “dominados por un
atroz pesimismo… los intelectuales de Cataluña se refugiaron en una imagen
romántica de la Cataluña medieval”.
Las raíces del catalanismo serían
siempre contrapuestas a las ideas republicanas y liberales. La burguesía
catalana, “católica hasta las entrañas y ferozmente proteccionista, fue
culturalmente muy poco avanzada, socialmente muy refractaria a cualquier
reformismo y políticamente muy conservadora”.
En definitiva, el catalanismo
habría sido el resultado de la protesta irritada frente a un Estado
incompetente que habría privado a Cataluña del mercado colonial cubano, que era
en la práctica suyo.
Creo ser objetivo en la interpretación
y me parece que estas frases ni tienen nada que ver con lo que desde los años
sesenta se ha escrito por los historiadores ni resumen una interpretación
correcta.
El catalanismo fue plural, en lo
ideológico, desde el principio y nació a la vez de una modernización social y
el mismo se modernizó con el paso del tiempo. Logró la independencia electoral
respecto de Madrid en 1907, acontecimiento inédito en la Historia española.
Hubo intereses económicos en su
origen, pero también, y sobre todo, fue expresión de un fenómeno de
autoconciencia colectiva. Todavía más: quiso ofrecer a España un camino de
modernización, abrió paso a las primeras instituciones autónomas que en ella
hubo y supo, aun en su versión de derechas, ofrecer una posición centrista, muy
lejos de un conservadurismo español al que si algo caracterizaba era su feroz
unitarismo. Catalanismo y eclosión modernista cultural y artística fueron
realidades paralelas. Todo lo que antecede me parece información histórica
contrastada, evidente,poco discutible. Hoy la derecha en los medios de
comunicación lo combate con tanta asiduidad como ignorancia.
¿Por qué afirmaciones como las de
García de Gortázar merecen ser debatidas? No se trata sólo del catalanismo:
cualquier afirmación de identidad plural parece, en su libro, sometida a un
severo correctivo de parecidas características. Se trata de algo parecido a lo
que, en el periodismo, otros hacen a base de ridiculizar declaraciones de
Arana, Infante, Pompeu Gener o Castelao para condenar el sentimiento de
identidad cuando cabe encontrar frases tan discutibles en personas como Cánovas
del Castillo o Pablo Iglesias,por citar tan sólo dos ejemplos. Y también hay
que recordar que además de Arana, por quedarse en el caso vasco, hubo también
líderes como De la Sota, Aguirre o Ajuriaguerra.
En mi opinión, este tipo de
interpretación no es sólo inaceptable desde el punto de vista histórico, sino
dañina desde la óptica del presente. Pretender que los testimonios de
pluralidad española responden a casos de desvarío o de intereses espurios
equivale a considerar que una parte de los españoles -esos que se sienten tanto
o más de su propia identidad que de aquélla- son los representantes actuales de
una tradición nacida de manías, de concepciones de un rudo primitivismo o de
insolidaridad comprobada. Pero,además, a lo que se daña a través de esa
concepción es a la propia España, no sólo porque uno de sus rasgos distintivos
es la pluralidad, sino porque, por ejemplo, al menos buena parte de lo que
significó el catalanismo inicial puede y debe situarse en el balance global
positivo de los españoles como colectividad.
Las “laudes Hispaniae” es probable
que tengan sentido siempre que se moderen y se traduzcan en comparaciones
justas. Por citar un caso de Historia reciente: la transición española tuvo su
mérito, pero la polaca, en sus protagonistas y en sus dificultades internas y
externas, lo tuvo mayor. De cualquier manera, su uso en beneficio de una
situación política concreta no tiene sentido. Pero aún más grave que eso es
emitirlas en contra de su realidad más esencial.
En España casi la mitad de la
población tiene otra lengua oficial distinta del castellano. Hay legislaciones
fiscales -no sólo en Navarra o el País Vasco- peculiares y también derecho
privado distinto. Dos de sus comunidades son sendos archipiélagos en que la
diferencia nacida de esta condición se suma a la existente entre las diversas
islas.
Todo esto -y muchas más cosas- forma parte de nuestro ser y, por tanto,
de nuestra realidad institucional en libertad. Lo extraño en una realidad como
la española es que no existieran los nacionalismos o regionalismos.
Deben ser
conocidos correctamente y también queridos por todos. No tiene sentido tratar
de socavarlos por el procedimiento de quitarles cualquier legitimidad
histórica, lo que equivale, de paso, a destruir la posición política que puedan
tener en cualquier determinado momento.
Haciéndolo no se contribuye a hacer
una España grande, sino que más bien se la empequeñece porque se la ignora de
forma rotunda, empecinada y arbitraria. Es cierto que en los nacionalismos hay
siempre una propensión a la demanda inextinguible. Pero no está menos
comprobado que forman muy mayoritariamente parte de la tradición democrática
española y que, con todas las dificultades que se quiera, nuestra Historia en
libertad ha sido la de unos pactos de entendimiento que han funcionado
satisfactoriamente. Se podrá tener todos los reparos que se quiera a planes
actuales del PNV o de otro grupo nacionalista, pero la visión que aparece tras
de las concepciones descritas es simplificadora, poco informada e incluso un
pelín hortera. Y, además, sirve poco para entenderse; no alimenta entusiasmos
españoles, sino rechazos desde la periferia.
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Le responde Fernando García de
Cortázar, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Deusto (EL
PAÍS, 31/01/04):
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